sábado, 25 de septiembre de 2010

De los accidentes y mareas


Es que uno no escribe, no piensa. Escupe partículas propias y va dejándolas como esporas para crearse a su imagen y semejanza, reflejándose siempre deforme ante y entre otros. Clonándose en los refugios más insólitos que le obsequia el destino. Haciéndose dios, santo y diablo de su propio microcosmos. No es que uno lo haga intencionalmente siempre, son accidentes. Eso que lo define a uno de ser quien es y que, por naturaleza, se va dejando donde uno pisa, ese ego. Es catarsis.

Uno no respira. Absorbe el viento y juega con el aire por dentro para deteriorase en si mismo, riéndose de sus quimeras, yendo a rociarlas en otros pulmones para sentir que así uno abarca volúmenes que ni las pútridas condiciones de la física y la matemática delimitan. Porque uno se desvanece y no se evapora como toda materia pasándose todas las leyes, no es que el gato haya sido asesinado.

Uno no crece. Abarca con egoísta afán los espacios de lo que quisiera poseer e intenta firmarse en todas partes creyendo que estirarse es suficiente para alcanzar la eternidad y resumir la gloria en un pedazo de territorio ganado aunque este no represente más de un grano de sal. Uno lo llama fin a ese grano hasta que él mismo muta en medio.

Uno no cambia. Pretende perfeccionarse y en el intento se erosiona. En el intento se pierde y se encuentra tantas veces que es difícil llegar a cualquier conclusión certera sobre los datos que integran el propio perfil. Una vez más, accidentes. Es que uno se cree inmutable aun siendo arrastrado por la incontenible marea de sus palabras. Uno no es uno, siempre -y por desventura- consigue como sortearse a si mismo...

Por fortuna, dijo y lo confirmo, somos otros.

2 comentarios:

Miss B. dijo...

Uno no cambia. Pretende perfeccionarse y en el intento se erosiona....
Y me diste en todita la torre, gracias, quiérote.

Mond dijo...

Y uno es. Así. Sin más. Mágico. Siempre.