domingo, 26 de septiembre de 2010

Coraza

Soy un mirón. Ya lo había dicho. Dejo mis ojos en la puerta del hospicio de cuando en cuando, pero nunca me olvido. Vuelvo, les compro cosas, los alimento y vamos de nuevo juntos como reintegrándonos. Y te miro. Y descubró en tu persona fragmentos de muchos y nombres de nadie. Pero están ahí. Son los tus que tú eres sin que te pertenezcan porque son mios. Los que te coloco en las cosas que haces, en tus gestos, en tus olores, en mis alusiones incontrolables, en mis alucinaciones sin fin. Te miro de cuenta nueva y se aparecen entre los pliegues de tu ropa como pelusas bajo mi cama, las cosas que dirías si fueras ellos. Recuerdo sus voces. Los tonos y timbres, sus notas.

Es como si estuvieran conmigo. Cuando suena el Ave María contenido bajo un techo de la altura de mi anhelo por que fuera tu recia voz la que lo trajera a mis oídos. Cuando me respondo la pregunta que nunca te hice mirando una mano que me entrega un volante como si fuera la tuya. Al escuchar la lluvia que, solo una vez, dibujo en mi cabeza sus pasos de baile mientras me besabas. Por eso no te vas nunca. Por eso le creo a Mario cuando dice que estará donde menos me imagine. Por eso dejo intacta tu orilla y mantengo una cuerda prendida del  marco que protege (apenas) mis ilusiones. Por eso dejo un camino de migajas en todas las cosas que hago y cifro mis pasos con métodos sencillos.

Luego, la vida se me escapa y me hundo en mis promesas. Me borro la sonrisa, te empaco la esperanza y pongo mis ojos en adopción por cuenta nueva. Sin miedo a perderlos, quién en su sano juicio pondría en su mente mis pesadillas. Bajo este cielo que se me antoja premonitorio de males pocos, cuento las horas que nos quedan juntos y absorbo cuanto puedo para el momento de volverme a cegar por voluntad propia hasta que de nuevo diga, soy un mirón.


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