jueves, 10 de junio de 2010

Me duele

Hay un dolor que el alma mantiene presente por si hicieras falta alguna vez, para bosquejar un espacio en que solo existes de manera forzada. Yo sé que voy a volver a escribir con miel, en lo que aun me pesas, voy deshebrando trozos de ti conforme camino, como el señor molusco caballero lapa...




Me duele tu nombre.

Y la forma en que lo pronuncian mis poros vacíos. Me duelen las flores cuando el viento las mece como las has descrito. Oscuras, dulces. Me viene la oscuridad en la orilla de una cama que no arruya mis sueños, los sofoca. Me mantiene tu nombre inmóvil dejando que se deslice de nuevo entre mis sábanas la memoria de tu tacto. Gentil, orográfico.

Me duele la otra orilla que no es la nuestra, el borde de donde no cuelgan mis ojos que se cierran si te abro mi mundo. Para que lo visites sin que te observe y puedas sentirte libre. Me duele conjugar en presente un pasado diminuto que se esperanza a presión conforme se acercan los días. El día. Ese que llegará para estirar hasta romper el hilo que urdió la red donde tendidos devoramos la madrugada a ritmo de rumia.

Me duele el viento que giraba en círculos, me duele la ventana que se asomaba entre cortinas para espiarnos. La luna llena. Me duele el contenido de tus palabras, el que ocultas: el que callas. La incapacidad de tu lengua para admitir con dignidad que nos equivocamos. Me duele que hayas convertido en murciélagos las promesas que colocabas en mis bolsillos. Ahora me comen la carne tus bestias amaestradas, disfrutan mi dolor tus parasitarias quimeras. El viento que hizo posible el vuelo, me mantiene durmiendo espalda en tierra, acorralada, confundida, a merced de una entidad de rostro oculto y oscuros contornos que en la noche roba a gotas el poco aceite que circula en esta máquina cardiaca. Me duele que, decantados los recuerdos, ya no me duelas.

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